ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia.
Continuidad de esta publicación, ver:
ARNOLDO PALACIOS. HOMENAJE. "Buscando mi madrededios".
http://tarabitares-y-divaneos.blogspot.com/2009_10_22_archive.html
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http://tarabitares-y-divaneos.blogspot.com/2009_10_22_archive.html
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ARNOLDO PALACIOS,
"Buscando mi madredediós"
Fotos Christian Gonzalo Castilo – Colprensa
GACETA, El País, Cali, Octubre 11, 2009. No. 920
Carátula de GACETA No. 920
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LO PUBLICADO
Agradecemos a Santiago Cruz Hoyos , el autor, por habernos proporcionado el texto
y la foto original
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ARNOLDO PALACIOS, Cérteguí, Chocó, Colombia, 1924
Página 6
Fotos Christian Gonzalo Castilo – Colprensa. Ver: original
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Página 7.
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"¡Santos, levántese a comer o lo castigo!", le ordenó enseguida Venancio, su padre, más asustado por lo que veía que por lo iracundo que pareciera su grito.
Pero no. Arnoldo de los Santos no se podía parar de la cama. El cuerpo, rebelde, no le respondía. Entonces, Cértegui, ese municipio chocoano de 342 kilómetros que en las mañanas parece un paraje fantasma porque sus habitantes salen temprano a trabajar en los yacimientos de platino y oro, se agitó y se conmovió ante la mala nueva.
Cayó la tarde y la casa del muchacho se llenó de hombres y mujeres descendientes de africanos y de oficio mineros que llegaban sudando a chorros de sus jornadas. Fumaban. Hablaban. Y aunque el muchacho no había muerto, ya le daban el pésame a la madre. Es que algunos hasta lo veían con cara de angelito, de niño muerto.
"Dios le está guardando su puestecito a su hijo allá en el cielo"; "Para mí que le dio fiebre mala"; "¡Que no! Fue fiebre perniciosa"; "Tabardillo"; "Lo ojearon".
Condolencias y dictamines se escuchaban aquí y allá mientras curanderos de toda estirpe se asomaban al cuerpo del niño Arnoldo.
El muchacho no pudo volver a ser el mismo que corría, nadaba en el río, les tiraba piedras a marranos, a gallinas. Pero él y su familia lo intentaron todo para que volviera a caminar. Viajaron hasta donde Emilio Pampana, médico del hospital de la empresa norteamericana Compañía Minera Chocó-Pacífico, en Andagoya. Decían que el que no se mejorara con él, que mejor comprara un ataúd. No se mejoró.
Del Baudó, donde había brujos negros y brujos indios, el curandero Amadeo Rodríguez le recetó para su parálisis manteca de lagarto. “Si no camina con eso, no camina nunca”, le dijo. No caminó. También le recomendaron manteca de tigre. Esos ungüentos con los que le embalsamaban el cuerpo, hacían que el olor que se desprendía de su piel le fastidiara. “Huelo como a perro o a quien sabe a qué”, pensaba Arnoldo.
“A veces se me hacían los días largos, la noche corta; cuando no, las noches larguísimas y los días interminables. Mi papá y mi mamá, a menudo, hablaban y hablaban de Raspadura. ¿De qué dependería tanta demora?”.
Se referían al Santuario del Santo Ecce Homo en el Plan de Raspadura, en Istmina, Chocó, adonde iban ciegos y paralíticos que querían ser curados para siempre.
El niño necesitaba de un milagro divino, mágico, para volver a caminar.
La libertad
La familia hizo el periplo, viajar hasta el Santuario del Santo Ecce Homo en el Plan de Raspadura. Sin embargo, eso de nada sirvió. Quizá el oro que llevaron como ofrenda no fue suficiente para que se hiciera el milagro. Arnoldo no caminó.
“¿Qué era andar para mí? Yo me movilizaba en cuatro patas, gateando. Las rodillas me ardían, sangrantes, con el roce del cascajo se me pelaban. Al hallarme bien, bien rendido, trataba de utilizar las piernas propiamente dichas, como un animal; el cuerpo se me cansaba rápido, precisamente la pierna derecha no me servía para nada. Sudaba, sudaba. No me dejaba sacar de combate, durante los paseos, en los alrededores. Nunca dije: estoy cansado, espérenme.
Sentía viva admiración hacia los otros. Soñaba metiéndome en el monte, restregándome en el fondo de la maraña con mi escopeta. Descubrir todo aquello de que hablaban los viejos, especialmente mi tía Carlota: ver pericos, osos hormigueros, osos caballunos, micos, tigres, tatabros, venados, guaguas, leones, aves -pajuí, pavas, loras, papagayos, coger frutas como chanó, leche mil-peso, algarrobo, don pedrito; contemplar flores, bañarme en fuentes cristalinas, darme cuenta yo mismo de cómo rugen las fieras”...
Así era la vida del muchacho. No se cansaba de gatear para oler, probar, ver, tocar el mundo. Hasta que su padre le dio la solución a su problema de no poder caminar: las muletas.
“Aquella mañana cambió mi existencia de reptil. Ya no me arrastraré más. Y no fue posible que me mantuviera sentado. El mundo se me hizo aún más grande y se hinchó mi necesidad de andar. Esa tarde mi papá la consagró a fabricarme unas muletas, cada una compuesta por un solo palo, más dos piezas bien clavadas, una para la mano, otra con una cavidad cómoda aunque áspera, para soportar el cuerpo debajo del sobaco”.
Y el muchacho Arnoldo salió con sus muletas del Chocó, llegó a Bogotá, a Cartagena, y partió para siempre a París en un barco de bandera polaca que se llamaba Jagello buscando su ‘madrededios’, que es la expresión con la que en el Chocó se define al hombre que sale a encontrarse con su destino. Arnoldo Palacios, a pesar de la poliomielitis, esa enfermedad también llamada parálisis infantil, se convirtió en escritor.
Capitán de barco
Ahora, a sus 85 años, está hablando por teléfono desde una casa en Bogotá. Habla de esa historia suya de niño, de su casa de paja en Cértegui, de las costumbres de su pueblo, de la familia. Esa historia que acabamos de contar en cápsulas y que se leen en una novela que se llama ‘Buscando mi madrededios’, próxima a publicarse.
Toca así, en cápsulas. El manuscrito tiene casi 700 páginas. Y decir que aún falta bastante porque esa historia no ha terminado. ‘Buscando mi madrededios’, cuenta don Arnoldo, es una trilogía que da cuenta de su destino, completo. Ese primer volumen sólo narra su vida en Cértegui. Falta París. Y eso es como decir que le falta aún escribir toda una nueva vida.
¿Pero quién es Arnoldo Palacios? Hay que decir que nació en 1924 en el Chocó. Que, repito, es escritor. Que ‘Las estrellas son negras’, una de sus mejores obras según críticos y lectores de letras afro, la publicó en 1949. La anécdota con esa obra que narra el destino de Irra, el protagonista, un joven que rompe las cadenas de su pueblo y su condición para salir al mundo y conquistarlo, es que la tuvo que escribir dos veces. El primer manuscrito lo perdió en un incendio del 9 de abril del 48.
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Página 8.
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El mes anterior cumplió 60 años de estar viviendo en la tierra de Victor Hugo, donde sobrevive escribiendo y dando conferencias. “El que haya vivido en el Chocó, puede vivir en cualquier parte del mundo”, dice riéndose.
De Francia tiene una anécdota especial. Estuvo a punto de recibir a nada más ni nada menos que a Malcom X, ese defensor de los derechos de los afros en el mundo. Se salvó del tremendo compromiso. El gobierno de Francia no dejó entrar al país al activista. “Además yo estaba sin papeles, ilegal”, recuerda. Hoy el maestro es ciudadano francés, vive en Honfleur, “en una antigua casa de pescadores, como las del Chocó. Es de paja y bahareque”. La casa se la donó el presidente François Mitterrand. Es una historia larga y bonita que el escritor no desea explicar en profundidad. “ Todo se dio gracias a una amiga mía, Katia Cranoss una rusa, fundadora del movimiento de arte en Honfleur, y una asociación que yo tengo para ayudarle a mis amigos a cumplir sus sueños. Ya ve tamaña tarea que tengo”, dice y se vuelve a reír.
Hay que decir también que su nombre hace parte de esa generación de intelectuales como Manuel Zapata Olivella y Helcias Martán Góngora que reivindicaron, desde las letras, a los 20 millones de africanos que llegaron a estas tierras como esclavos. Y que su literatura es de denuncia, de critica. Y él se hace responsable por lo que esté escrito con su nombre. “Un escritor debe ser como el capitán de un barco que dirige a buen puerto a la humanidad”, dice. Otra dura tarea la que tiene en sus manos.
En su estancia en Colombia este año no le ha podido ir mejor. En agosto fue homenajeado por el Ministerio de Cultura y la Embajada Francesa. Ahora, será homenajeado en la XV Feria del Libro del Pacífico por su aporte a la cultura afro (1) . Y de remate ese primer tomo de ‘Buscando mi madrededios’ será publicado gracias a gestiones de la Univalle y el Ministerio de Cultura.
Y de su novela es de lo que quiere hablar, sentado en esa casa de Bogotá. Nada más. “Es que quiero que la novela se lea”, explica. “Ya está en la máquina, creo que está lista a finales de este mes”, agrega enseguida emocionado.
Breve monólogo
“‘Buscando mi madrededios’ es la biografía de mi vida. Es una obra en la que me veo desde lejos para poder escribir mi propia vida, tal cual, sin meterle fantasía o demasiada piedad o demasiada lástima. No. Es la historia de lo que soy yo, pero escrita por mí viéndome desde lejos, como si ese que veo fuera otra persona diferente”, empieza diciendo don Arnoldo.
Pero lo curioso es que ese primer volumen de su biografía está listo desde hace más de 30 años y apenas se viene a publicar. ¿Qué pasó?, le pregunto. Don Arnoldo no da muchas pistas. “Es un libro que empecé a escribir en octubre de 1974. Duré unos cuatro años escribiéndolo. Sólo se publica hasta ahora porque yo y el mismo libro hemos tenido muchas vicisitudes. Hay una traducción publicada en francés, pero en castellano no se ha publicado nada hasta ahora”, dice. Además, confiesa, es de los escritores que escriben, nada más, sin preocuparse por publicar.
'Buscando mi madrededios' es un libro escrito en una vida casi nómada. Alguna parte se escribió en Lausana, Suiza; otra parte se escribió en Italia, a las orillas del Lago de Como; en Lisboa y en París también se tejieron varios párrafos. “Es que yo quería que mi familia conociera Europa. Llegué hasta el Polo Norte con todos mis muchachitos”, explica. Tiene cinco hijos.
¿Y cómo es que escribe sus libros don Arnoldo? vuelvo a preguntar. Aunque la respuesta es larga, no hay misterios ni mitos. “Pienso mucho antes de escribir. Y cuando escribo, escribo definitivos. Yo no tengo borradores. Ese fue un consejo que leí del poeta francés Charles Baudelaire. Que se escriba como si fuera definitivo. Así se ahorra energía y tiempo”. Le gusta escribir en las tardes, hasta la madrugada. Por lo general no se acuesta antes de las cinco de la mañana. Y escribe a mano, con estilógrafos finos, “tipo Parker”.
Don Arnoldo cambia de frente. “Después de esta publicación quiero continuar escribiendo la trilogía, incluir mi experiencia en Europa. La historia de un hombre del Chocó en este continente. Yo quiero dar una mirada humana e interesante de los europeos”, comenta. Y se desvela por venir a Cali.
“Es que en Cali empecé a escribir. Tengo una prima que salió del Chocó y fue a buscar trabajo allá, se llama Flor de María y ella se vino antes y me recibió muy bien. Me conseguía papel para escribir. Recuerdo un señor, Jaime Giraldo Solis, que me facilitó mucho su oficina, no lejos de la Plaza de Caycedo”.
Y en Cali tiene amigos como el poeta Marco Fidel Chávez, al que ve cada que viene. “Tengo un gran recuerdo de Cali. Los atardeceres, la gente mirando y riéndose tranquila. Saludos a Cali. Pronto nos vamos a enfrentar allá en sus calles”, dice el escritor. Ya la tarde comienza, ya es hora de sentarse a escribir. Arnoldo Palacios cuelga el teléfono para enfrentar la hoja en blanco. Antes, insiste: “Ya la novela está en la máquina, ya va a salir”.-
(1) Ver programa en
http://jorgeisaacs.univalle.edu.co/descarga/simposio.doc o
http://jorgeisaacs.univalle.edu.co/descarga/programasimposio.pdf
y
http://jorgeisaacs.univalle.edu.co/
dentro de http://ferialibropacifico.univalle.edu.co/
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NoTiCas de NTC … :
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GALERÍA FOTOGRÁFICA
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Fuente:
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Fuente:
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Con su libro "Las estrellas son negras"
Fuente:
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ALBUM FOTOGRAFICO
http://picasaweb.google.com/ntcgra/ArnoldoPalacios
Allí se pueden ver una a una o en diapositivas.
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** Origen de un escritor, Por Arnoldo Palacios . Lección conversada del narrador colombiano Arnoldo Palacios en la sesión inaugural del XVI Taller de Escritores Universidad Central, el 3 de junio de 1998, en el aula Múltiple. (La versión escrita es de Hojas Universitarias) http://revistaliterariaazularte.blogspot.com/2007/06/arnoldo-palacios-origen-de-un-escritor.html
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LO PUBLICADO
Agradecemos a Santiago Cruz Hoyos , el autor, por habernos proporcionado el texto
y la foto original
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ARNOLDO PALACIOS, Cérteguí, Chocó, Colombia, 1924
Página 6
Fotos Christian Gonzalo Castilo – Colprensa. Ver: original
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Arnoldo Palacios: ‘Buscando mi madrededios’
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Christian Gonzalo Castilo – Colprensa
REVISTA GACETA
Perfil
El escritor chocoano será homenajeado por su aporte literario a la cultura del Pacífico. Radicado en París desde hace 60 años, Palacios vino a Colombia para lanzar ‘Buscando mi madrededios’, una novela
en la que narra su propia vida.
Algo raro le ha pasado a mi muchachito" –susurró Nena, la madre, parada junto a la cama de su hijo.
Por Santiago Cruz Hoyos
Fotos Christian Gonzalo Castilo – Colprensa
REVISTA GACETA
Perfil
El escritor chocoano será homenajeado por su aporte literario a la cultura del Pacífico. Radicado en París desde hace 60 años, Palacios vino a Colombia para lanzar ‘Buscando mi madrededios’, una novela
en la que narra su propia vida.
Algo raro le ha pasado a mi muchachito" –susurró Nena, la madre, parada junto a la cama de su hijo.
"¡Santos, levántese a comer o lo castigo!", le ordenó enseguida Venancio, su padre, más asustado por lo que veía que por lo iracundo que pareciera su grito.
Pero no. Arnoldo de los Santos no se podía parar de la cama. El cuerpo, rebelde, no le respondía. Entonces, Cértegui, ese municipio chocoano de 342 kilómetros que en las mañanas parece un paraje fantasma porque sus habitantes salen temprano a trabajar en los yacimientos de platino y oro, se agitó y se conmovió ante la mala nueva.
Cayó la tarde y la casa del muchacho se llenó de hombres y mujeres descendientes de africanos y de oficio mineros que llegaban sudando a chorros de sus jornadas. Fumaban. Hablaban. Y aunque el muchacho no había muerto, ya le daban el pésame a la madre. Es que algunos hasta lo veían con cara de angelito, de niño muerto.
"Dios le está guardando su puestecito a su hijo allá en el cielo"; "Para mí que le dio fiebre mala"; "¡Que no! Fue fiebre perniciosa"; "Tabardillo"; "Lo ojearon".
Condolencias y dictamines se escuchaban aquí y allá mientras curanderos de toda estirpe se asomaban al cuerpo del niño Arnoldo.
El muchacho no pudo volver a ser el mismo que corría, nadaba en el río, les tiraba piedras a marranos, a gallinas. Pero él y su familia lo intentaron todo para que volviera a caminar. Viajaron hasta donde Emilio Pampana, médico del hospital de la empresa norteamericana Compañía Minera Chocó-Pacífico, en Andagoya. Decían que el que no se mejorara con él, que mejor comprara un ataúd. No se mejoró.
Del Baudó, donde había brujos negros y brujos indios, el curandero Amadeo Rodríguez le recetó para su parálisis manteca de lagarto. “Si no camina con eso, no camina nunca”, le dijo. No caminó. También le recomendaron manteca de tigre. Esos ungüentos con los que le embalsamaban el cuerpo, hacían que el olor que se desprendía de su piel le fastidiara. “Huelo como a perro o a quien sabe a qué”, pensaba Arnoldo.
“A veces se me hacían los días largos, la noche corta; cuando no, las noches larguísimas y los días interminables. Mi papá y mi mamá, a menudo, hablaban y hablaban de Raspadura. ¿De qué dependería tanta demora?”.
Se referían al Santuario del Santo Ecce Homo en el Plan de Raspadura, en Istmina, Chocó, adonde iban ciegos y paralíticos que querían ser curados para siempre.
El niño necesitaba de un milagro divino, mágico, para volver a caminar.
La libertad
La familia hizo el periplo, viajar hasta el Santuario del Santo Ecce Homo en el Plan de Raspadura. Sin embargo, eso de nada sirvió. Quizá el oro que llevaron como ofrenda no fue suficiente para que se hiciera el milagro. Arnoldo no caminó.
“¿Qué era andar para mí? Yo me movilizaba en cuatro patas, gateando. Las rodillas me ardían, sangrantes, con el roce del cascajo se me pelaban. Al hallarme bien, bien rendido, trataba de utilizar las piernas propiamente dichas, como un animal; el cuerpo se me cansaba rápido, precisamente la pierna derecha no me servía para nada. Sudaba, sudaba. No me dejaba sacar de combate, durante los paseos, en los alrededores. Nunca dije: estoy cansado, espérenme.
Sentía viva admiración hacia los otros. Soñaba metiéndome en el monte, restregándome en el fondo de la maraña con mi escopeta. Descubrir todo aquello de que hablaban los viejos, especialmente mi tía Carlota: ver pericos, osos hormigueros, osos caballunos, micos, tigres, tatabros, venados, guaguas, leones, aves -pajuí, pavas, loras, papagayos, coger frutas como chanó, leche mil-peso, algarrobo, don pedrito; contemplar flores, bañarme en fuentes cristalinas, darme cuenta yo mismo de cómo rugen las fieras”...
Así era la vida del muchacho. No se cansaba de gatear para oler, probar, ver, tocar el mundo. Hasta que su padre le dio la solución a su problema de no poder caminar: las muletas.
“Aquella mañana cambió mi existencia de reptil. Ya no me arrastraré más. Y no fue posible que me mantuviera sentado. El mundo se me hizo aún más grande y se hinchó mi necesidad de andar. Esa tarde mi papá la consagró a fabricarme unas muletas, cada una compuesta por un solo palo, más dos piezas bien clavadas, una para la mano, otra con una cavidad cómoda aunque áspera, para soportar el cuerpo debajo del sobaco”.
Y el muchacho Arnoldo salió con sus muletas del Chocó, llegó a Bogotá, a Cartagena, y partió para siempre a París en un barco de bandera polaca que se llamaba Jagello buscando su ‘madrededios’, que es la expresión con la que en el Chocó se define al hombre que sale a encontrarse con su destino. Arnoldo Palacios, a pesar de la poliomielitis, esa enfermedad también llamada parálisis infantil, se convirtió en escritor.
Capitán de barco
Ahora, a sus 85 años, está hablando por teléfono desde una casa en Bogotá. Habla de esa historia suya de niño, de su casa de paja en Cértegui, de las costumbres de su pueblo, de la familia. Esa historia que acabamos de contar en cápsulas y que se leen en una novela que se llama ‘Buscando mi madrededios’, próxima a publicarse.
Toca así, en cápsulas. El manuscrito tiene casi 700 páginas. Y decir que aún falta bastante porque esa historia no ha terminado. ‘Buscando mi madrededios’, cuenta don Arnoldo, es una trilogía que da cuenta de su destino, completo. Ese primer volumen sólo narra su vida en Cértegui. Falta París. Y eso es como decir que le falta aún escribir toda una nueva vida.
¿Pero quién es Arnoldo Palacios? Hay que decir que nació en 1924 en el Chocó. Que, repito, es escritor. Que ‘Las estrellas son negras’, una de sus mejores obras según críticos y lectores de letras afro, la publicó en 1949. La anécdota con esa obra que narra el destino de Irra, el protagonista, un joven que rompe las cadenas de su pueblo y su condición para salir al mundo y conquistarlo, es que la tuvo que escribir dos veces. El primer manuscrito lo perdió en un incendio del 9 de abril del 48.
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Hay que decir también que antes de todo esto vivió en Cértegui hasta los 15 años, que llegó a Quibdó a estudiar bachillerato en el colegio Carrasquilla, que un año más tarde estaba en el Externado Nacional Camilo Torres de Bogotá para seguir estudiando.
En agosto de 1949 partió a Cartagena para subirse al barco que lo llevaría a París, gracias a una beca que se ganó para adelantar estudios literarios durante tres años. Llegó el 21 de septiembre y con el tiempo se instaló “en una habitación de mansarda, de esas denominadas ‘cuarto de sirvienta’, bajo los techos de un edificio antiguo de París, situado entre el puente Mirabeau y el puente de Grenelle, desde donde nosotros descubríamos el Sena”, escribió en el prólogo de ‘Buscando mi madrededios’.
En agosto de 1949 partió a Cartagena para subirse al barco que lo llevaría a París, gracias a una beca que se ganó para adelantar estudios literarios durante tres años. Llegó el 21 de septiembre y con el tiempo se instaló “en una habitación de mansarda, de esas denominadas ‘cuarto de sirvienta’, bajo los techos de un edificio antiguo de París, situado entre el puente Mirabeau y el puente de Grenelle, desde donde nosotros descubríamos el Sena”, escribió en el prólogo de ‘Buscando mi madrededios’.
El mes anterior cumplió 60 años de estar viviendo en la tierra de Victor Hugo, donde sobrevive escribiendo y dando conferencias. “El que haya vivido en el Chocó, puede vivir en cualquier parte del mundo”, dice riéndose.
De Francia tiene una anécdota especial. Estuvo a punto de recibir a nada más ni nada menos que a Malcom X, ese defensor de los derechos de los afros en el mundo. Se salvó del tremendo compromiso. El gobierno de Francia no dejó entrar al país al activista. “Además yo estaba sin papeles, ilegal”, recuerda. Hoy el maestro es ciudadano francés, vive en Honfleur, “en una antigua casa de pescadores, como las del Chocó. Es de paja y bahareque”. La casa se la donó el presidente François Mitterrand. Es una historia larga y bonita que el escritor no desea explicar en profundidad. “ Todo se dio gracias a una amiga mía, Katia Cranoss una rusa, fundadora del movimiento de arte en Honfleur, y una asociación que yo tengo para ayudarle a mis amigos a cumplir sus sueños. Ya ve tamaña tarea que tengo”, dice y se vuelve a reír.
Hay que decir también que su nombre hace parte de esa generación de intelectuales como Manuel Zapata Olivella y Helcias Martán Góngora que reivindicaron, desde las letras, a los 20 millones de africanos que llegaron a estas tierras como esclavos. Y que su literatura es de denuncia, de critica. Y él se hace responsable por lo que esté escrito con su nombre. “Un escritor debe ser como el capitán de un barco que dirige a buen puerto a la humanidad”, dice. Otra dura tarea la que tiene en sus manos.
En su estancia en Colombia este año no le ha podido ir mejor. En agosto fue homenajeado por el Ministerio de Cultura y la Embajada Francesa. Ahora, será homenajeado en la XV Feria del Libro del Pacífico por su aporte a la cultura afro (1) . Y de remate ese primer tomo de ‘Buscando mi madrededios’ será publicado gracias a gestiones de la Univalle y el Ministerio de Cultura.
Y de su novela es de lo que quiere hablar, sentado en esa casa de Bogotá. Nada más. “Es que quiero que la novela se lea”, explica. “Ya está en la máquina, creo que está lista a finales de este mes”, agrega enseguida emocionado.
Breve monólogo
“‘Buscando mi madrededios’ es la biografía de mi vida. Es una obra en la que me veo desde lejos para poder escribir mi propia vida, tal cual, sin meterle fantasía o demasiada piedad o demasiada lástima. No. Es la historia de lo que soy yo, pero escrita por mí viéndome desde lejos, como si ese que veo fuera otra persona diferente”, empieza diciendo don Arnoldo.
Pero lo curioso es que ese primer volumen de su biografía está listo desde hace más de 30 años y apenas se viene a publicar. ¿Qué pasó?, le pregunto. Don Arnoldo no da muchas pistas. “Es un libro que empecé a escribir en octubre de 1974. Duré unos cuatro años escribiéndolo. Sólo se publica hasta ahora porque yo y el mismo libro hemos tenido muchas vicisitudes. Hay una traducción publicada en francés, pero en castellano no se ha publicado nada hasta ahora”, dice. Además, confiesa, es de los escritores que escriben, nada más, sin preocuparse por publicar.
'Buscando mi madrededios' es un libro escrito en una vida casi nómada. Alguna parte se escribió en Lausana, Suiza; otra parte se escribió en Italia, a las orillas del Lago de Como; en Lisboa y en París también se tejieron varios párrafos. “Es que yo quería que mi familia conociera Europa. Llegué hasta el Polo Norte con todos mis muchachitos”, explica. Tiene cinco hijos.
¿Y cómo es que escribe sus libros don Arnoldo? vuelvo a preguntar. Aunque la respuesta es larga, no hay misterios ni mitos. “Pienso mucho antes de escribir. Y cuando escribo, escribo definitivos. Yo no tengo borradores. Ese fue un consejo que leí del poeta francés Charles Baudelaire. Que se escriba como si fuera definitivo. Así se ahorra energía y tiempo”. Le gusta escribir en las tardes, hasta la madrugada. Por lo general no se acuesta antes de las cinco de la mañana. Y escribe a mano, con estilógrafos finos, “tipo Parker”.
Don Arnoldo cambia de frente. “Después de esta publicación quiero continuar escribiendo la trilogía, incluir mi experiencia en Europa. La historia de un hombre del Chocó en este continente. Yo quiero dar una mirada humana e interesante de los europeos”, comenta. Y se desvela por venir a Cali.
“Es que en Cali empecé a escribir. Tengo una prima que salió del Chocó y fue a buscar trabajo allá, se llama Flor de María y ella se vino antes y me recibió muy bien. Me conseguía papel para escribir. Recuerdo un señor, Jaime Giraldo Solis, que me facilitó mucho su oficina, no lejos de la Plaza de Caycedo”.
Y en Cali tiene amigos como el poeta Marco Fidel Chávez, al que ve cada que viene. “Tengo un gran recuerdo de Cali. Los atardeceres, la gente mirando y riéndose tranquila. Saludos a Cali. Pronto nos vamos a enfrentar allá en sus calles”, dice el escritor. Ya la tarde comienza, ya es hora de sentarse a escribir. Arnoldo Palacios cuelga el teléfono para enfrentar la hoja en blanco. Antes, insiste: “Ya la novela está en la máquina, ya va a salir”.
(1) Ver programa en
http://jorgeisaacs.univalle.edu.co/descarga/simposio.doc o
http://jorgeisaacs.univalle.edu.co/descarga/programasimposio.pdf
y
http://jorgeisaacs.univalle.edu.co/
dentro de http://ferialibropacifico.univalle.edu.co/
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NoTiCas de NTC … :
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GALERÍA FOTOGRÁFICA
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Fuente:
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Fuente:
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Con su libro "Las estrellas son negras"
Fuente:
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ALBUM FOTOGRAFICO
http://picasaweb.google.com/ntcgra/ArnoldoPalacios
Allí se pueden ver una a una o en diapositivas.
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ENLACES SOBRE EL AUTOR Y SUS OBRAS
** Origen de un escritor, Por Arnoldo Palacios . Lección conversada del narrador colombiano Arnoldo Palacios en la sesión inaugural del XVI Taller de Escritores Universidad Central, el 3 de junio de 1998, en el aula Múltiple. (La versión escrita es de Hojas Universitarias) http://revistaliterariaazularte.blogspot.com/2007/06/arnoldo-palacios-origen-de-un-escritor.html
.
** Aproximación a la obra de Arnoldo Palacios. Selva, río y desesperanza
Jaime Arocha, PhD - Lina del Mar Moreno Tovar
Fragmento de Andino-centrismo, salvajismo y afro-reparaciones
Grupo de Estudios Afrocolombianos. Centro de Estudios Sociales Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia. Sede Bogotá DC.
http://isla_negra.zoomblog.com/archivo/2007/06/06/aproximacion-a-la-obra-de-Arnoldo-Pala.html
Jaime Arocha, PhD - Lina del Mar Moreno Tovar
Fragmento de Andino-centrismo, salvajismo y afro-reparaciones
Grupo de Estudios Afrocolombianos. Centro de Estudios Sociales Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia. Sede Bogotá DC.
http://isla_negra.zoomblog.com/archivo/2007/06/06/aproximacion-a-la-obra-de-Arnoldo-Pala.html
Texto completo: http://amauta.upra.edu/vol4investigacion/vol_4_andinocentrismo.pdf
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** Las sucesivas reecarnaciones del hambre
Arcadia Irra recorre una ciudad pequeña, doméstica, las fronteras que separan a los ricos de los pobres. Y es en casa de rico donde conoce la humillación. Por Óscar Collazos*
http://www.semana.com/wf_ImprimirArticulo.aspx?IdArt=97607
Arcadia Irra recorre una ciudad pequeña, doméstica, las fronteras que separan a los ricos de los pobres. Y es en casa de rico donde conoce la humillación. Por Óscar Collazos*
http://www.semana.com/wf_ImprimirArticulo.aspx?IdArt=97607
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**EL ATRATO DEBE ESTAR DE LUTO, Por Alfredo Vanin
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**A sus 84 años, el el escritor chocoano Arnoldo Palacios trabaja su biografía http://www.eltiempo.com/domingoadomingo_eltiempo/a-sus-84-anos-el-el-escritor-chocoano-arnoldo-palacios-trabaja-su-biografia_4862254-1
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** Retrato de Arnoldo Palacios . Por Sergio Zapata León
Cada tanto, el escritor Arnoldo Palacios deja Francia para pasar una breve temporada en Colombia. Su novela Las estrellas son negras, publicada después del Bogotazo, en 1949, y reeditada por el Ministerio de Cultura, es una de las grandes olvidadas de la literatura nacional. Arcadia conversó con él.
http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=95372
Cada tanto, el escritor Arnoldo Palacios deja Francia para pasar una breve temporada en Colombia. Su novela Las estrellas son negras, publicada después del Bogotazo, en 1949, y reeditada por el Ministerio de Cultura, es una de las grandes olvidadas de la literatura nacional. Arcadia conversó con él.
http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?IdArt=95372
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** El escritor prepara una nueva obra. Arnoldo Palacios: novelista de pura raza
Por: Angélica Gallón Salazar
Cultura 4 Ago 2009 - 11:00 pm , http://www.elespectador.com/node%252F154514
Por: Angélica Gallón Salazar
Cultura 4 Ago 2009 - 11:00 pm , http://www.elespectador.com/node%252F154514
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....... Continuará .....
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SOBRE EL CHOCÓ:
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De: Gerardo Rivas Moreno (Gérrimo), FUNDACION FICA fundafica@gmail.com
Para NTC ntcgra@gmail.com
fecha 13 de octubre de 2009 18:05
asunto Re: .. ARNOLDO PALACIOS, "Buscando mi madredediós" . Por Santiago Cruz Hoyos
Que alegría ver la negro Arnoldo a quien publique en Cali en mi primer libro impreso en Cali en Editorial Mercedes. Manuel Zapata Olivella, nuestro amigo comun, me acerco a Arnoldo.
No lo conocía, pero fue en Letras nacionales, cuando trabajaba con Manuel, que conocí a Arnoldo.
Ya no debe acordarse de mi, yo si y lo quiero mucho
Le envio el cuento de Arnoldo, publicado el 25 de mayo de 1966
un abrazo, gerrimo
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Para NTC ntcgra@gmail.com
fecha 13 de octubre de 2009 18:05
asunto Re: .. ARNOLDO PALACIOS, "Buscando mi madredediós" . Por Santiago Cruz Hoyos
Que alegría ver la negro Arnoldo a quien publique en Cali en mi primer libro impreso en Cali en Editorial Mercedes. Manuel Zapata Olivella, nuestro amigo comun, me acerco a Arnoldo.
No lo conocía, pero fue en Letras nacionales, cuando trabajaba con Manuel, que conocí a Arnoldo.
Ya no debe acordarse de mi, yo si y lo quiero mucho
Le envio el cuento de Arnoldo, publicado el 25 de mayo de 1966
un abrazo, gerrimo
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entre nos hermano
arnoldo palacios
El pintor con su ancha sonrisa, carcajadas mismas, bullicioso, y, no obstante vivir en las afueras de la ciudad y con la pereza que le producía el caminar un kilómetro a pie, luego tomar un bus para bajarse a tomar el metro en dirección de París, se presentó él también al CENTRO INTELECTUAL COLOR-MAN, en embrión.
Iban los miembros a comenzar su coloquio. Cada quien se sentó. A menudo este tomaba la palabra; el vecino se la arrebataba de la boca, antes de terminar el hilo de su pensamiento; aquel fumaba sin tregua, sacudiendo la ceniza en el piso. Sólo el Doctor Hipólito Dieudonné dado el trajín de la corrección total en las Embajadas, sólo él, aquí ahora, entre esos negros, mulatos, uno que otro blanco, intentaba ser ejemplo de cuando había de tomarse la palabra, escuchar al interlocutor, o —llegado el caso—, destrozar los argumentos del contrincante, eso sí, en un lenguaje a la altura de su rango.
El pintor lo miraba: quería retener bien ese rostro cuasi infantil; lo característico de esa mirada del Doctor residía en sus ojitos inocentes. Pero, ¡cuándo te iba a hacer el retrato! A veces, en su taller, había empuñado el lápiz, trazando un croquis e incluso preparado la tela y el pincel.
Sin embargo, sería mejor que el Doctor se decidiera ir, y posar. Claro está, ocupado como se mantenía el Embajador, el pintor no deseaba molestarlo; encima de eso, hacerlo ir hasta su taller. . .
Físico de profesión, el Doctor Hipólito Dieudonné, no era indiferente a la política, por lo cual había entrado en la diplomacia, después de ser ministro, senador líder, de un partido político. Aficionado a la etnología, en estos instantes abandonaba la Embajada, pura consagrarse a trabajos atómicos.
¿Qué lo había empujado, entonces, a la política ? El hombre de color debería alcanzar una tal estatura intelectual, capaz de permitirle limpiar el tizne de la piel y confundirse con el blanco. Pero, a solas, el doctor Dieudonné, a ratos, se torturaba: por más que se bañase con el mejor de los jabones, se quedaría negro.
La reunión se clausuró. "¡Gracias a Dios!", exhaló el pintor.
"Doctor —le propone—, quería hablarle aparte, entre nos". Seguro, deseaba preguntarle cuándo iría al taller.
"A propósito, ahora que me dice entre nos, le voy a contar una anécdota:
". . .Embajador de mi país, me encontraba yo en los Estados Unidos. Me tocó hacer un viaje en tren. Pues, bien, en mi calidad de diplomático, se me preparó todo, maletas, automóvil que me condujese a la estación, billetes de primera clase. . ., para qué alargar la historia. Usted sabe. . .
"Ya dentro, eché un vistazo a lo largo y ancho del vagón: puros blancos, yo el único negro. Pero, no le concedí importancia al hecho. Me arrellané en mi asiento; intenté abrir un periódico; mas, la fuerza emanada de aquel paisaje rodante, de cada piedra, de cada construcción..., todo gigantesco..., me atraía, me aterraba de admiración. ..
"... A mi lado, me pareció que un blanco retiró, brusco, su codo, del brazo del asiento, al sentir el mío,
Le pedí excusas, creyendo haberlo molestado, involuntariamente. El no me miró, ni respondió con el menor murmullo siquiera. A semejante pequeñez tampoco le di importancia.
En el recinto del vagón hacía un calor de los demonios, a pesar de tratarse sin duda de aire acondicionado. Por la ventanilla, turbia de humo de pipas, cigarrillos, vapor de respiraciones, la tierra se sentía casi impía bajo el frío.
Las chimeneas vomitaban su humareda aplastante, serena. ¿Cuántos automóviles sacarán? Produce tantas, tantas toneladas de acero! ¡Qué coloso!
Cual níveas nubes blancas, desmoronadas, la nieve contorneaba las residencias, se volaba de los techos con el viento, plateaba las colinas. La helada ponía un filo de navaja en los bordes de las ramas, desnudas ya desde hacía marras, desde el otoño.
El Doctor Dieudonné saca su cigarrillero de plata:
"¿Fuma" —ofrece al pintor.
El pintor, sin dejar de mirar al doctor Hipólito Dieudonné, a tientas busca una caja de fósforos en los bolsillos.
El doctor Dieudonné rastrilla su mechero. Se mete un cigarrillo a la boca.
"Decía —reanuda su relato—, bueno..., digo que el tren seguía andando. . . Aparece el conductor: un movimiento, un unánime estirarse y encogerse de brazos, un suave murmullo erizó el ambiente. Yo también meto la mano a mi cartera y extraigo mi billete. Lo examino minuciosamente, no sea que un error de esos que suelen a veces amargar la vida sin motivo, se haya intercalado. No, nada: primera clase. Perfecto. Me entregué a admirar la ruta norteamericana, palpando mi billete.
"¡Vos!" —se oye un grito seco.
". . .Discreto, miré a ver qué pasaba en ese wagón de gente bien. Con el rabo del ojo, veo frente a mí al conductor; pero, nada de extraordinario a mi alrededor. ¿Qué habrá sido? —me pregunto para mis adentros, estirándole mi billete al empleado del ferrocarril. . .
"¡Contigo!"
". . .Y veo al tipo acercárseme a mí. Me arrebata el pasaje, y, sin darme tiempo de resollar, me atrapa del cuello, por la nuca, me empuja a rodillazos, abre la primera portezuela, botándome al primer wagón que encuentra, uno de carga para colmo. ..
Dos cordoncillos de humo se desprenden de los cigarrillos del doctor y del pintor, consumiéndose.
".. .Hacía un frío que taladraba los huesos allí en ese wagón del carajo! Ni dónde sentarme, ni mucho menos dónde pegar los párpados. Me esperaba una larga travesía. Pensé en que he debido enfrentármele, pelear, hacerme linchar. Pero, tal vez haya sido debilidad mía, a causa de mantenerme en este mundo diplomático de señoritos. . . No. Fue, más bien, que el conductor no me dio tiempo de decir esta boca es mía. Me sentí abatido, le juro, y los ojos se me encharcaron, allí frente a mi mismo.
".. .En esas, un negrote robusto, con una mirada de niño, un negro de aquellos que trabajan en los wagones de carga, surge y se me viene, sonriente: aquí es así —me dice—...; no es nada, hermano; tranquilízate; de todas maneras no te irá tan mal. . El negro aquel comenzó a arrastrar cajones monumentales, repletos de quién sabe qué, los ponía boca-abajo, boca-arriba, hasta constituir una especie de lecho. Encima puso un poco de paja, recubierta de periódicos; con cajetas de cartón me inventó una almohada a como pudo, y me ofreció un viejo abrigo, de mangas ya un poco comidas, falto de botones. Yo te daré de comer, no será gran cosa, pero, no te morirás de hambre —me alentó—.
"En fin, ya todo listo, mi negro se me sienta al lado. Presa de una desconfianza escalofriante, el para las orejas, escruta a diestra y siniestra, pensativo.
Fuera de nosotros dos, a nadie más vimos. Me dice al oído:
"Ahora que estamos aquí, entre nos, dime la verdad a mi tu hermano: ¿dónde te robaste ese billete de tren, eh?
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ARNOLDO PALACIOS nació en Certegui, Chocó, el 20 de enero de 1924. Autor de las novelas: "Las Estrellas Son Negras" «Editorial "Iqueima", Bogotá, 1949; "La Selva y la Lluvia", Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1958.
Dirección Apartado Aéreo 71-11 - Bogotá.
arnoldo palacios
El pintor con su ancha sonrisa, carcajadas mismas, bullicioso, y, no obstante vivir en las afueras de la ciudad y con la pereza que le producía el caminar un kilómetro a pie, luego tomar un bus para bajarse a tomar el metro en dirección de París, se presentó él también al CENTRO INTELECTUAL COLOR-MAN, en embrión.
Iban los miembros a comenzar su coloquio. Cada quien se sentó. A menudo este tomaba la palabra; el vecino se la arrebataba de la boca, antes de terminar el hilo de su pensamiento; aquel fumaba sin tregua, sacudiendo la ceniza en el piso. Sólo el Doctor Hipólito Dieudonné dado el trajín de la corrección total en las Embajadas, sólo él, aquí ahora, entre esos negros, mulatos, uno que otro blanco, intentaba ser ejemplo de cuando había de tomarse la palabra, escuchar al interlocutor, o —llegado el caso—, destrozar los argumentos del contrincante, eso sí, en un lenguaje a la altura de su rango.
El pintor lo miraba: quería retener bien ese rostro cuasi infantil; lo característico de esa mirada del Doctor residía en sus ojitos inocentes. Pero, ¡cuándo te iba a hacer el retrato! A veces, en su taller, había empuñado el lápiz, trazando un croquis e incluso preparado la tela y el pincel.
Sin embargo, sería mejor que el Doctor se decidiera ir, y posar. Claro está, ocupado como se mantenía el Embajador, el pintor no deseaba molestarlo; encima de eso, hacerlo ir hasta su taller. . .
Físico de profesión, el Doctor Hipólito Dieudonné, no era indiferente a la política, por lo cual había entrado en la diplomacia, después de ser ministro, senador líder, de un partido político. Aficionado a la etnología, en estos instantes abandonaba la Embajada, pura consagrarse a trabajos atómicos.
¿Qué lo había empujado, entonces, a la política ? El hombre de color debería alcanzar una tal estatura intelectual, capaz de permitirle limpiar el tizne de la piel y confundirse con el blanco. Pero, a solas, el doctor Dieudonné, a ratos, se torturaba: por más que se bañase con el mejor de los jabones, se quedaría negro.
La reunión se clausuró. "¡Gracias a Dios!", exhaló el pintor.
"Doctor —le propone—, quería hablarle aparte, entre nos". Seguro, deseaba preguntarle cuándo iría al taller.
"A propósito, ahora que me dice entre nos, le voy a contar una anécdota:
". . .Embajador de mi país, me encontraba yo en los Estados Unidos. Me tocó hacer un viaje en tren. Pues, bien, en mi calidad de diplomático, se me preparó todo, maletas, automóvil que me condujese a la estación, billetes de primera clase. . ., para qué alargar la historia. Usted sabe. . .
"Ya dentro, eché un vistazo a lo largo y ancho del vagón: puros blancos, yo el único negro. Pero, no le concedí importancia al hecho. Me arrellané en mi asiento; intenté abrir un periódico; mas, la fuerza emanada de aquel paisaje rodante, de cada piedra, de cada construcción..., todo gigantesco..., me atraía, me aterraba de admiración. ..
"... A mi lado, me pareció que un blanco retiró, brusco, su codo, del brazo del asiento, al sentir el mío,
Le pedí excusas, creyendo haberlo molestado, involuntariamente. El no me miró, ni respondió con el menor murmullo siquiera. A semejante pequeñez tampoco le di importancia.
En el recinto del vagón hacía un calor de los demonios, a pesar de tratarse sin duda de aire acondicionado. Por la ventanilla, turbia de humo de pipas, cigarrillos, vapor de respiraciones, la tierra se sentía casi impía bajo el frío.
Las chimeneas vomitaban su humareda aplastante, serena. ¿Cuántos automóviles sacarán? Produce tantas, tantas toneladas de acero! ¡Qué coloso!
Cual níveas nubes blancas, desmoronadas, la nieve contorneaba las residencias, se volaba de los techos con el viento, plateaba las colinas. La helada ponía un filo de navaja en los bordes de las ramas, desnudas ya desde hacía marras, desde el otoño.
El Doctor Dieudonné saca su cigarrillero de plata:
"¿Fuma" —ofrece al pintor.
El pintor, sin dejar de mirar al doctor Hipólito Dieudonné, a tientas busca una caja de fósforos en los bolsillos.
El doctor Dieudonné rastrilla su mechero. Se mete un cigarrillo a la boca.
"Decía —reanuda su relato—, bueno..., digo que el tren seguía andando. . . Aparece el conductor: un movimiento, un unánime estirarse y encogerse de brazos, un suave murmullo erizó el ambiente. Yo también meto la mano a mi cartera y extraigo mi billete. Lo examino minuciosamente, no sea que un error de esos que suelen a veces amargar la vida sin motivo, se haya intercalado. No, nada: primera clase. Perfecto. Me entregué a admirar la ruta norteamericana, palpando mi billete.
"¡Vos!" —se oye un grito seco.
". . .Discreto, miré a ver qué pasaba en ese wagón de gente bien. Con el rabo del ojo, veo frente a mí al conductor; pero, nada de extraordinario a mi alrededor. ¿Qué habrá sido? —me pregunto para mis adentros, estirándole mi billete al empleado del ferrocarril. . .
"¡Contigo!"
". . .Y veo al tipo acercárseme a mí. Me arrebata el pasaje, y, sin darme tiempo de resollar, me atrapa del cuello, por la nuca, me empuja a rodillazos, abre la primera portezuela, botándome al primer wagón que encuentra, uno de carga para colmo. ..
Dos cordoncillos de humo se desprenden de los cigarrillos del doctor y del pintor, consumiéndose.
".. .Hacía un frío que taladraba los huesos allí en ese wagón del carajo! Ni dónde sentarme, ni mucho menos dónde pegar los párpados. Me esperaba una larga travesía. Pensé en que he debido enfrentármele, pelear, hacerme linchar. Pero, tal vez haya sido debilidad mía, a causa de mantenerme en este mundo diplomático de señoritos. . . No. Fue, más bien, que el conductor no me dio tiempo de decir esta boca es mía. Me sentí abatido, le juro, y los ojos se me encharcaron, allí frente a mi mismo.
".. .En esas, un negrote robusto, con una mirada de niño, un negro de aquellos que trabajan en los wagones de carga, surge y se me viene, sonriente: aquí es así —me dice—...; no es nada, hermano; tranquilízate; de todas maneras no te irá tan mal. . El negro aquel comenzó a arrastrar cajones monumentales, repletos de quién sabe qué, los ponía boca-abajo, boca-arriba, hasta constituir una especie de lecho. Encima puso un poco de paja, recubierta de periódicos; con cajetas de cartón me inventó una almohada a como pudo, y me ofreció un viejo abrigo, de mangas ya un poco comidas, falto de botones. Yo te daré de comer, no será gran cosa, pero, no te morirás de hambre —me alentó—.
"En fin, ya todo listo, mi negro se me sienta al lado. Presa de una desconfianza escalofriante, el para las orejas, escruta a diestra y siniestra, pensativo.
Fuera de nosotros dos, a nadie más vimos. Me dice al oído:
"Ahora que estamos aquí, entre nos, dime la verdad a mi tu hermano: ¿dónde te robaste ese billete de tren, eh?
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ARNOLDO PALACIOS nació en Certegui, Chocó, el 20 de enero de 1924. Autor de las novelas: "Las Estrellas Son Negras" «Editorial "Iqueima", Bogotá, 1949; "La Selva y la Lluvia", Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1958.
Dirección Apartado Aéreo 71-11 - Bogotá.
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