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Cali, Colombia. Agosto 1, 2011
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---------- Mensaje re
CIBIDO
----------De: Fernando Jaramillo <memorabilia.ggm@gmail.com>
Fecha: 3 de agosto de 2017, 21:29
Para: Ruiz Gabriel <ntcgra@gmail.com>
Mira lo bella que está la novia que abandonaste a su suerte en Nuqui.
Abrazo
F.
Asunto: Nuquí: una negra con la selva en la cabeza | La Silla Vacía
Mira lo bella que está la novia que abandonaste a su suerte en Nuqui.
Abrazo
F.
Josefina Klinger es #TrendingLíder esta semana por apostarle al ecoturismo
mostrando la cultura, el carisma, la gente, la cocina y la sabiduría del Pacífico.
Premios Mujeres de Éxito 2013 Josefina Klinger Zúñiga Ganadora Categoría Social Comunitaria
https://youtu.be/sPda81ghYc0
(Deparar en los videos de la columna de la derecha)
Mano Cambiada, Nuquí, Chocó - Turismo Comunitario - Colombia
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... ser testigo de MILAGROS ... . "El arte de habitar". Las ballenas llegan a Nuquí.
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Fundación Mano Cambiada
Fuente: Mano Cambiada
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Arme plan para ver llegada de las ballenas y las tortugas al Pacífico
JAVIER SILVA HERRERA, REDACCIÓN VIDA DE HOY
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En el Pacífico iniciaron recorridos para verlas, escuchar sus cantos y ver sus saltos acrobáticos.
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Hace 20 años, a algunos pescadores del Pacífico les daba miedo meterse al mar entre agosto y octubre, porque temían toparse con un monstruo que ellos bautizaron como 'golfín'.
Como si fuera el protagonista de un cuento de terror, lo describían como un ser negro, que soplaba agua por el lomo y que -según ellos- era capaz de comerse a una persona de un bocado. Verlo entonces era como quedar condenado a una maldición.
Pero las cosas han cambiado. Hoy, todos quieren que la época de ver 'golfines' llegue. Ahora, esos mismos pescadores les dan la bienvenida y les llaman por su nombre exacto: ballenas jorobadas o yubartas.
Ya están comenzando a arribar al país desde la Antártica,donde por estos días todo está más congelado que de costumbre, luego de un viaje de más de 8.000 kilómetros y durante la migración más larga hecha por un mamífero a través del océano.
Y no llegan solas. Tortugas marinas y aves multicolores también escapan por estos días del frío sur continental y se están refugiando en Colombia sincronizadamente. De paso, han puesto a operadores turísticos a ofrecer planes para monitorearlas.
La historia de los reptiles es tal vez la más sorprendente. Observar a un ejemplar adulto en la playa, seguramente enterrando sus huevos en la arena, es ser testigo de un milagro.
Primero, porque cuando son recién nacidos -luego de llegar al mundo sobre la arena- y logran tocar el mar, solo uno de cada diez alcanza a escaparse de los 'depredadores' para llegar a la adultez. Los restantes se convierten en comida de tiburones o de un cetáceo, o mueren con sus estómagos llenos de plástico.
Las tortugas son vitales para la vida del hombre porque controlan la población de medusas o aguamalas, que perjudican la pesca artesanal e industrial.
En esta época se pueden ver cuatro especies: golfina o caguama, negra, carey y, si se tiene mucha suerte, una laúd, la más grande del mundo y que además tiene el récord de desplazamiento de cualquier vertebrado de su tipo: alguna vez una fue marcada en Guyana y, 28 días después, ese mismo ejemplar fue hallado en la isla de Terranova (Canadá), a 11.000 kilómetros de distancia.
Durante toda la temporada anual de desove, que coincide con la presencia de las ballenas, en una sola playa se pueden encontrar al menos unas 100 hembras de la especie golfina, que pueden dejar aproximadamente 40.000 huevos.
Una población que se vuelca a su llegada es El Valle, en Bahía Solano, muy cerca de Utría, donde los niños de los colegios les hacen canciones y alabaos para pedir por su supervivencia.
Igualmente, piden por las 30 especies de aves migratorias que se verán durante los próximos meses, que también llegarán desde el sur y el norte del continente y que buscarán alimento en parques nacionales como Sanquianga (Nariño), Gorgona (Cauca), Munchique y Farallones de Cali.
Entre ellas están patos, chorlos, gaviotas, así como chiritos, cuclillos, chirones, correlimos, siriríes americanos y zarapitos. Sulas o piqueros, muy comunes en la isla de Malpelo, también se están movilizando
.
Integrarse a planes para ver todos estos animales dejó de ser un programa de pocos. Reportes del Fondo Internacional para el Bienestar Animal (Ifaw) han detectado un crecimiento masivo en la industria mundial de avistamiento de ballenas y otros animales migratorios durante la última década. Según esta entidad, el negocio deja ganancias que alcanzan los 2.000 millones de dólares anuales.
Cada año solo las ballenas pueden ser vistas por más de 13 millones de personas, que participan en tours en más de medio centenar de países, liderados por más de 3.000 operadores.
Según Ifaw, los avistamientos dejan ganancias en Colombia superiores a los 8'525.000 dólares, la cuarta cifra más alta de Suramérica después de Argentina (61 millones de dólares), Ecuador (60 millones) y Brasil (31 millones).
Todo el hemisferio puede lograr en un año 211 millones de dólares en ingresos, casi la quinta parte de lo que obtiene Estados Unidos, con 956 millones. Esto comprueba que los animales valen más vivos que muertos.
Recibidas con honores
Colombia se ha vuelto uno de los destinos preferidos para las ballenas, donde pasan una especie de temporada de vacaciones de al menos tres meses y medio.
Aquí aprovechan para nadar en aguas que resultan tibias frente a las del Atlántico Sur, y convierten el mar en una especie de sala cuna gigante.
Unas 50 ballenas ya han sido vistas en Gorgona, Bahía Solano y Utría, algunos de los territorios marítimos donde se refugian. Uno de esos resorts balleneros que comienza a recibirlas es Bahía Málaga (Valle), una zona que el año pasado alcanzó a convertirse en área protegida, antes de que algunos la transformaran en puerto comercial.
Este lugar tiene la tasa de reproducción de yubartas más alta del mundo. Se calcula que aquí nacen el 22 por ciento del total de ballenatos de la temporada, que podrían superar los 200 y que, así sean bebés, tienen medidas portentosas: cada uno puede alcanzar los 4,5 metros y pesar una tonelada, datos insignificantes frente a los de sus madres, que llegan a las 40 toneladas y a los 18 metros de largo.
En todo el Pacífico ya comenzaron los recorridos para verlas, escuchar sus cantos y, sobre todo, para ser testigos de sus saltos acrobáticos fuera del agua, un comportamiento que los científicos aún no se explican del todo: ¿Es un intento para ubicarse? ¿Para quitarse algas o plantas de sus lomos al chocar contra el agua? ¿Otra estrategia para cortejar a sus pares?
Mientras ese misterio es aclarado, los cerca de 6.000 turistas que podrían seguirlas aprovecharán esas piruetas, que no duran más de dos segundos, para robarle a la naturaleza uno de sus momentos más impresionantes.
Encuentros casuales
Los avistamientos de las ballenas y tortugas pueden amenazar el comportamiento reproductivo de estos animales, por eso hay que tener en cuenta algunas sugerencias para no comprometer su supervivencia.
Ballenas: Ir al mar a verlas no se reduce a subirse en un lancha a perseguirlas. Hay que ubicarlas con paciencia y sin presionarlas. Al localizar una, la lancha debe acercarse a una distancia máxima de 200 metros. No se debe navegar de frente o por detrás del animal.
El tiempo de duración del avistamiento de cada cetáceo no debe pasar de 20 minutos. Si tiene cría, el tiempo debe reducirse a la mitad.
Tortugas: Como desovan generalmente de noche, durante el día solo se hace un monitoreo de sus nidos. En caso de buscarlas en la madrugada hay que reducir el uso de linternas y evitar tomarles fotos con flash. No se deben tocar sus huevos. Son animales muy sensibles, por tal razón, si dan señales de incomodidad, el turista debe retirarse.
Guías y planes para ir tras las especies
Mano Cambiada. Hasta octubre, esta operadora de turismo comunitario organiza el Festival de la Migración, en Nuquí y Bahía Solano. Durante esta temporada habrá salidas guiadas por especialistas para ver aves, ballenas y tortugas.
Esta operadora también ofrece talleres lúdicos con la comunidad y los turistas para promover la conservación del medio ambiente. Apoya el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Más información: 316-8226157,311- 8727887 y 313-4005094, o en la página web www.nuquipacifico.com .
Aviatur. Tiene la operación de la isla Gorgona, donde es posible observar ballenas y tortugas. También ofrece recorridos en el catamarán Nemo, hasta Gorgona y la isla Malpelo. El viaje en esta embarcación incluye todos los servicios de hospedaje y alimentación, además de buceo. Informes: http://bit.ly/gnHzeQ
Ladrilleros y Juanchaco. Por la transformación de Bahía Málaga como área nacional protegida, los hoteles y guías turísticas se han organizado para atender a los turistas que llegan a la zona a ver ballenas. Se puede contactar a Asoturpacífico (312-7065005) y al Corredor Turístico de Buenaventura: 315-5752742 o 313-7254631.
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En esta época se pueden ver cuatro especies: golfina o caguama, negra, carey y, si se tiene mucha suerte, una laúd, la más grande del mundo y que además tiene el récord de desplazamiento de cualquier vertebrado de su tipo: alguna vez una fue marcada en Guyana y, 28 días después, ese mismo ejemplar fue hallado en la isla de Terranova (Canadá), a 11.000 kilómetros de distancia.
Durante toda la temporada anual de desove, que coincide con la presencia de las ballenas, en una sola playa se pueden encontrar al menos unas 100 hembras de la especie golfina, que pueden dejar aproximadamente 40.000 huevos.
Una población que se vuelca a su llegada es El Valle, en Bahía Solano, muy cerca de Utría, donde los niños de los colegios les hacen canciones y alabaos para pedir por su supervivencia.
Entre ellas están patos, chorlos, gaviotas, así como chiritos, cuclillos, chirones, correlimos, siriríes americanos y zarapitos. Sulas o piqueros, muy comunes en la isla de Malpelo, también se están movilizando
Todo el hemisferio puede lograr en un año 211 millones de dólares en ingresos, casi la quinta parte de lo que obtiene Estados Unidos, con 956 millones. Esto comprueba que los animales valen más vivos que muertos.
Aquí aprovechan para nadar en aguas que resultan tibias frente a las del Atlántico Sur, y convierten el mar en una especie de sala cuna gigante.
Unas 50 ballenas ya han sido vistas en Gorgona, Bahía Solano y Utría, algunos de los territorios marítimos donde se refugian. Uno de esos resorts balleneros que comienza a recibirlas es Bahía Málaga (Valle), una zona que el año pasado alcanzó a convertirse en área protegida, antes de que algunos la transformaran en puerto comercial.
Mientras ese misterio es aclarado, los cerca de 6.000 turistas que podrían seguirlas aprovecharán esas piruetas, que no duran más de dos segundos, para robarle a la naturaleza uno de sus momentos más impresionantes.
Esta operadora también ofrece talleres lúdicos con la comunidad y los turistas para promover la conservación del medio ambiente. Apoya el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo. Más información: 316-8226157,311- 8727887 y 313-4005094, o en la página web www.nuquipacifico.com .
Ladrilleros y Juanchaco. Por la transformación de Bahía Málaga como área nacional protegida, los hoteles y guías turísticas se han organizado para atender a los turistas que llegan a la zona a ver ballenas. Se puede contactar a Asoturpacífico (312-7065005) y al Corredor Turístico de Buenaventura: 315-5752742 o 313-7254631.
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Opinión | EL ESPECTADOR .com e impreso31 Jul 2011 -
Este territorio es una suerte de rompecabezas y los mapas muestran apenas una parte de la realidad, un aspecto de las cosas que existen. Para entender un mundo hay que superponer mapas de suelos, de cultivos, de climas, de cursos de agua, de fenómenos atmosféricos, de períodos históricos, de poblaciones, de culturas. Como diría Borges, el mejor mapa es la realidad y el mejor aprendizaje la vida misma.
Mirando el mapa, uno creería que Medellín y Santafé de Antioquia tienen muchas cosas en común, pues pertenecen al mismo departamento. Lo mismo podríamos creer de Cali y Buenaventura, de Popayán y Guapi, de Pasto y Tumaco, de Manizales y La Dorada, de Bogotá y Girardot, de Tunja y Puerto Boyacá, de Bucaramanga y Barrancabermeja. Pero en más de un sentido no hay sitios más distintos.
Se diría que Colombia es varios países, que cada uno llega a cierta altura. Un país desde el nivel del mar hasta los ochocientos metros: de mares, de ríos, de lanchas, de luz madura, de sensualidad a flor de piel; otro país desde los ochocientos hasta los mil seiscientos: de bosques floridos, de cafetales, de platanales, de ciudades llenas de vegetación; otro de los mil seiscientos para arriba: de abismos, de niebla, de lloviznas, de páramos, de pueblos sombríos, de montañas misteriosas y de nieves perpetuas. Por eso las ciudades que se parecen entre sí y parecen pertenecer a la misma región son Pasto y Tunja, Cali y Villavicencio, Leticia y Magangué, Medellín y Armenia. Y lo que parece un error son más bien las divisiones políticas dictadas por la mera cercanía física.
Durante mucho tiempo Bogotá gobernaba el país como si todo estuviera a dos mil seiscientos metros de altura, como si aquí no hubiera tierra caliente, ni selvas, ni caimanes, ni anacondas, ni guacamayas, ni hormigas arrieras. Como si aquí no hubiera comunidades indígenas, ni descendientes de esclavos africanos, como si no se hablaran ochenta lenguas distintas, y Colombia fuera un país de gente blanca, católica, europea; de muebles vieneses y humor británico; de gabardinas y paraguas negros bajo una lluvia eterna y gris. Los presidentes de la República visitaban a veces con sus ministros a Cartagena o a Mompox enfundados en sacolevas negros, y la gente no acababa de saber qué velorio era aquel.
Aquí basta viajar tres horas en cualquier dirección para encontrarse en otro país: para ir de la resolana a la niebla, de la alegría a la melancolía, de la extroversión al silencio, de las praderas a los abismos, de la selva al desierto, de la sequía a la inundación. Todo esto parecería un problema y una dificultad, pero es todo lo contrario: una lección de riqueza y, bien leído, bien entendido y bien celebrado, ha debido enseñarnos hace tiempos el respeto de la diversidad, la alegría de la pluralidad, la belleza de los contrastes. No hay nada más diverso, más entretenido, que viajar aquí diez horas por tierra, de Bogotá a Cali, de Medellín a Cartagena, de Bucaramanga a Santa Marta, de Buenaventura a La Dorada
Colombia es exuberante, pero ¿cómo sería cuando el río Magdalena estaba lleno de caimanes, cuando la sabana de Bogotá estaba llena de venados, cuando por los cielos de Cundinamarca cruzaba el vuelo enorme de los cóndores que le dieron su nombre? Porque Cundinamarca significa, o significaba, “el país de los cóndores”.
Hemos tenido pésimas costumbres, y quizá la peor es la manía de exterminar la fauna silvestre. Uno de los peores vicios que llegaron de Europa fue la cacería inútil: empezaron su trabajo los rifles y las carabinas, y no quedó un tigre en Risaralda, ni un armadillo en Caldas, ni un saíno en Córdoba, ni un cóndor en Cundinamarca, ni un venado en la Sabana, ni un caimán en el Magdalena ni una babilla en el Cauca, ni una anaconda en el Meta. Y mejor no recordemos que hace un par de generaciones aquí no había muchacho que no llevara una honda de hilos de caucho para derribar pájaros por gusto.
No nos enseñaron que Colombia es el país con mayor variedad de aves del mundo, y que teníamos la oportunidad extraordinaria de convertirnos en grandes ornitólogos, observadores y conocedores de muchas especies de pájaros, o ser como Matiz y Rozo, los artistas de la Expedición Botánica, de quienes dijo Humboldt que eran los mejores dibujantes de plantas del mundo. Mejor les hubieran regalado a los muchachos binóculos para que se asombraran con los colores de los plumajes, con las formas de los azulejos y los toches, de los sinsontes y los carpinteros, de las torcazas y los barranqueros, en vez de reaccionar ante cada trino del camino con una piedra infame.
No hemos sido suficientemente agradecidos con la tierra en que vivimos. No le dan a uno el paraíso para que lo arrase, sino para que lo cultive y lo dignifique; no le dan tantos climas para que uno simplifique el mundo, sino para que comprenda su riqueza; no le dan tanta variedad de árboles para que uno convierta el hacha en el símbolo de una cultura, sino para que aprenda los nombres y las propiedades, las diferencias de las maderas y de las hojas.
Porque hay maderas balsámicas, como las llamaba Aurelio Arturo, y hay maderas dóciles al arte; y cuando es preciso derribar un árbol por alguna razón importante, hay que saber agradecer por él y convertirlo en objetos nobles. Hay árboles que entienden de música y árboles que saben de amistad, hay maderas que perfuman el mundo y cortezas milagrosas que curan y que enseñan.
Mirando el mapa, uno creería que Medellín y Santafé de Antioquia tienen muchas cosas en común, pues pertenecen al mismo departamento. Lo mismo podríamos creer de Cali y Buenaventura, de Popayán y Guapi, de Pasto y Tumaco, de Manizales y La Dorada, de Bogotá y Girardot, de Tunja y Puerto Boyacá, de Bucaramanga y Barrancabermeja. Pero en más de un sentido no hay sitios más distintos.
Se diría que Colombia es varios países, que cada uno llega a cierta altura. Un país desde el nivel del mar hasta los ochocientos metros: de mares, de ríos, de lanchas, de luz madura, de sensualidad a flor de piel; otro país desde los ochocientos hasta los mil seiscientos: de bosques floridos, de cafetales, de platanales, de ciudades llenas de vegetación; otro de los mil seiscientos para arriba: de abismos, de niebla, de lloviznas, de páramos, de pueblos sombríos, de montañas misteriosas y de nieves perpetuas. Por eso las ciudades que se parecen entre sí y parecen pertenecer a la misma región son Pasto y Tunja, Cali y Villavicencio, Leticia y Magangué, Medellín y Armenia. Y lo que parece un error son más bien las divisiones políticas dictadas por la mera cercanía física.
Durante mucho tiempo Bogotá gobernaba el país como si todo estuviera a dos mil seiscientos metros de altura, como si aquí no hubiera tierra caliente, ni selvas, ni caimanes, ni anacondas, ni guacamayas, ni hormigas arrieras. Como si aquí no hubiera comunidades indígenas, ni descendientes de esclavos africanos, como si no se hablaran ochenta lenguas distintas, y Colombia fuera un país de gente blanca, católica, europea; de muebles vieneses y humor británico; de gabardinas y paraguas negros bajo una lluvia eterna y gris. Los presidentes de la República visitaban a veces con sus ministros a Cartagena o a Mompox enfundados en sacolevas negros, y la gente no acababa de saber qué velorio era aquel.
Aquí basta viajar tres horas en cualquier dirección para encontrarse en otro país: para ir de la resolana a la niebla, de la alegría a la melancolía, de la extroversión al silencio, de las praderas a los abismos, de la selva al desierto, de la sequía a la inundación. Todo esto parecería un problema y una dificultad, pero es todo lo contrario: una lección de riqueza y, bien leído, bien entendido y bien celebrado, ha debido enseñarnos hace tiempos el respeto de la diversidad, la alegría de la pluralidad, la belleza de los contrastes. No hay nada más diverso, más entretenido, que viajar aquí diez horas por tierra, de Bogotá a Cali, de Medellín a Cartagena, de Bucaramanga a Santa Marta, de Buenaventura a La Dorada
Colombia es exuberante, pero ¿cómo sería cuando el río Magdalena estaba lleno de caimanes, cuando la sabana de Bogotá estaba llena de venados, cuando por los cielos de Cundinamarca cruzaba el vuelo enorme de los cóndores que le dieron su nombre? Porque Cundinamarca significa, o significaba, “el país de los cóndores”.
Hemos tenido pésimas costumbres, y quizá la peor es la manía de exterminar la fauna silvestre. Uno de los peores vicios que llegaron de Europa fue la cacería inútil: empezaron su trabajo los rifles y las carabinas, y no quedó un tigre en Risaralda, ni un armadillo en Caldas, ni un saíno en Córdoba, ni un cóndor en Cundinamarca, ni un venado en la Sabana, ni un caimán en el Magdalena ni una babilla en el Cauca, ni una anaconda en el Meta. Y mejor no recordemos que hace un par de generaciones aquí no había muchacho que no llevara una honda de hilos de caucho para derribar pájaros por gusto.
No nos enseñaron que Colombia es el país con mayor variedad de aves del mundo, y que teníamos la oportunidad extraordinaria de convertirnos en grandes ornitólogos, observadores y conocedores de muchas especies de pájaros, o ser como Matiz y Rozo, los artistas de la Expedición Botánica, de quienes dijo Humboldt que eran los mejores dibujantes de plantas del mundo. Mejor les hubieran regalado a los muchachos binóculos para que se asombraran con los colores de los plumajes, con las formas de los azulejos y los toches, de los sinsontes y los carpinteros, de las torcazas y los barranqueros, en vez de reaccionar ante cada trino del camino con una piedra infame.
No hemos sido suficientemente agradecidos con la tierra en que vivimos. No le dan a uno el paraíso para que lo arrase, sino para que lo cultive y lo dignifique; no le dan tantos climas para que uno simplifique el mundo, sino para que comprenda su riqueza; no le dan tanta variedad de árboles para que uno convierta el hacha en el símbolo de una cultura, sino para que aprenda los nombres y las propiedades, las diferencias de las maderas y de las hojas.
Porque hay maderas balsámicas, como las llamaba Aurelio Arturo, y hay maderas dóciles al arte; y cuando es preciso derribar un árbol por alguna razón importante, hay que saber agradecer por él y convertirlo en objetos nobles. Hay árboles que entienden de música y árboles que saben de amistad, hay maderas que perfuman el mundo y cortezas milagrosas que curan y que enseñan.
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El País, Cali, Julio 30, 2011
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